Un grupo internacional de expertos, entre los que se encuentra el Dr. Saül Martínez-Horta, investigador del Instituto de Investigación Sant Pau (IR Sant Pau) y neuropsicólogo de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Hospital Sant Pau, ha publicado en la revista Movement Disorders una revisión científica que analiza de forma exhaustiva las herramientas neuropsicológicas más utilizadas para evaluar la atención, la memoria de trabajo y las funciones ejecutivas en la enfermedad de Parkinson. El trabajo, impulsado por la International Parkinson and Movement Disorder Society (MDS), ofrece recomendaciones claras sobre qué instrumentos deben emplearse para una valoración más precisa del estado cognitivo de estos pacientes, tanto en la práctica clínica como en investigación.
La evaluación de estas funciones cognitivas es clave porque su deterioro es una de las complicaciones no motoras más frecuentes en la enfermedad de Parkinson. Puede presentarse en fases muy tempranas, incluso antes de los síntomas motores, y se asocia a una pérdida progresiva de autonomía y calidad de vida. Sin embargo, la gran variedad de pruebas existentes, las diferencias en su calidad psicométrica y la falta de criterios unificados dificultaban hasta ahora una evaluación homogénea. Según el Dr. Martínez-Horta, «no basta con usar cualquier test disponible; necesitamos instrumentos con una base científica sólida, adaptados a la realidad clínica del paciente con Parkinson, y que nos permitan detectar cambios sutiles pero significativos».
La revisión evaluó un total de treinta instrumentos y concluyó que ocho de ellos reúnen las mejores garantías de fiabilidad, validez y aplicabilidad clínica. Cuatro se centran principalmente en la atención y la memoria de trabajo: tres subpruebas de la Wechsler Adult Intelligence Scale, Fourth Edition (WAIS-IV) —Digit Span, que mide la memoria inmediata y la capacidad de manipular información; Coding, que valora la velocidad de procesamiento y la coordinación visomotora, y Symbol Search, que examina la rapidez en la discriminación visual y la concentración—, así como el Trail Making Test, que analiza la velocidad de procesamiento, la flexibilidad mental y la búsqueda visual. La WAIS-IV es una de las escalas más utilizadas a nivel internacional para medir capacidades cognitivas, y sus subpruebas ofrecen resultados comparables con datos normativos amplios.
Las otras cuatro pruebas recomendadas están orientadas a las funciones ejecutivas: Similarities, otro subtest de la WAIS-IV que explora el razonamiento verbal abstracto; el Wisconsin Card Sorting Test, considerado la referencia para evaluar la flexibilidad cognitiva y la capacidad de adaptación a nuevas reglas; los Verbal Fluency Tests, que miden la capacidad de generar palabras siguiendo criterios fonémicos o semánticos, y el Stroop Color-Word Test, en su versión abreviada de Victoria, que valora la inhibición de respuestas automáticas y la adaptación a condiciones cambiantes. Como señala el Dr. Martínez-Horta, «estas herramientas no solo han demostrado ser fiables y válidas, sino que también son sensibles a los cambios que se producen en la evolución de la enfermedad y a los efectos de determinados tratamientos».
Para los autores, disponer de esta clasificación tiene un impacto inmediato en la práctica clínica, ya que proporciona a los profesionales una guía clara para tomar decisiones fundamentadas. El Dr. Martínez-Horta subraya que «en consulta, la elección de la prueba adecuada puede marcar la diferencia entre detectar un cambio cognitivo temprano o pasarlo por alto». Esto resulta especialmente relevante en la enfermedad de Parkinson, donde las alteraciones cognitivas pueden ser sutiles en sus primeras fases y pasar inadvertidas si no se emplean herramientas con suficiente sensibilidad.
La revisión también destaca que la selección de la prueba debe adaptarse no solo al objetivo de la evaluación —detección precoz, seguimiento a largo plazo o valoración del efecto de terapias—, sino también a las características y limitaciones del paciente. Aspectos como el nivel educativo, el estado emocional, la fatiga o las fluctuaciones motoras pueden influir en el rendimiento y, por tanto, en la interpretación de los resultados. «Si un paciente presenta una afectación motora que dificulta la escritura o la rapidez manual, una prueba que requiera estas habilidades podría reflejar un bajo rendimiento no por un déficit cognitivo real, sino por la interferencia de los síntomas motores», explica el investigador. En esos casos, la recomendación es priorizar herramientas de administración verbal o adaptadas, que minimicen el impacto de estas limitaciones.
El trabajo insiste en que el uso de pruebas estandarizadas y respaldadas por evidencia científica no solo mejora la precisión diagnóstica, sino que también favorece la homogeneidad en la investigación, facilitando la comparación de resultados entre distintos centros y estudios. Esto, a su vez, contribuye a avanzar en el conocimiento de la enfermedad y a desarrollar intervenciones más eficaces para preservar la función cognitiva.
La revisión no solo establece cuáles son las pruebas de referencia, sino que también identifica aquellas que, pese a su uso habitual, presentan limitaciones y requieren más investigación para confirmar su utilidad. El análisis muestra que algunos instrumentos ampliamente empleados carecen de estudios normativos específicos para población con enfermedad de Parkinson o presentan problemas de fiabilidad cuando se aplican en contextos clínicos reales. En estos casos, el grupo de expertos recomienda un uso prudente y siempre acompañado de otras medidas complementarias.
Para el Dr. Martínez-Horta, este trabajo supone «un paso importante hacia la estandarización de la evaluación cognitiva en la enfermedad de Parkinson a nivel global». El investigador subraya que «queremos que esta guía sirva para unificar criterios y mejorar la calidad de las evaluaciones cognitivas en la enfermedad de Parkinson en todo el mundo». Contar con un marco de referencia internacional permitirá que los datos obtenidos en distintos países y centros sean comparables, algo esencial para establecer patrones de evolución, identificar factores de riesgo y evaluar el impacto de nuevos tratamientos.
Además, la homogeneidad en la elección de herramientas permitirá integrar grandes bases de datos internacionales, favoreciendo estudios colaborativos con muestras más amplias y representativas. «La homogeneidad en la evaluación es clave para avanzar en la investigación, comparar datos entre centros y, en definitiva, ofrecer una mejor atención a los pacientes», concluye. El objetivo final, tal y como destaca el equipo de autores, es que este consenso se traduzca en evaluaciones más precisas, diagnósticos más tempranos y estrategias de intervención más eficaces.
Biundo R, Bezdicek O, Cammisuli DM, Cholerton B, Dalrymple-Alford JC, Edelstyn N, Fiorenzato E, Holker E, Martinez-Horta S, Martini A, Santangelo G, Segura B, Siri C, Tröster A, Mestre TA, Ferro ÁS, Hyczy de Siqueira Tosin M, Skorvanek M, Weintraub D, Geurtsen GJ, and the members of the MDS Clinical Outcome Assessment Scientific Evaluation Committee. Attention/working memory and executive function in Parkinson’s disease: Review, critique, and recommendations. Mov Disord 2025. https://doi.org/10.1002/mds.30293